Padres del desierto

He recordado las veces que, a lo largo de la vida, he escuchado hablar y leído a psicólogos y psiquiatras, filósofos, estudiosos, teólogos… dar recomendaciones, advertencias, consejos… Pero ninguno ha conseguido igualar la sabiduría que emanan, para mí, los escritos de los Padres del desierto. Sabiduría es sinónimo de ciencia, prudencia, inteligencia, discernimiento. Es la contemplación de la realidad con los ojos de Dios. Deriva de saborear, en sus orígenes significaba simplemente saborear, gustar y gozar de la verdad.
 
Bien, pues impresionada por el conocimiento profundo, la sabiduría, que los padres tenían del hombre: debilidades, sentimientos, reacciones, en cierta ocasión, decidí sumergirme en sus pensamientos. Toda una osadía, lo sé, pero era un riesgo que deseaba correr.   
 
Los monjes…  eran gente de a pie, ni más ni menos. Muchos no sabían ni leer, algo normal en la época, pero con deseos de buscar y descubrir a Dios. Se caracterizaban por ser auténticos: no juzgaban, no adoctrinaban, no moralizaban. Conocían al hombre en profundidad, porque llegaron a un hondo conocimiento de sí mismos. ¿Sencillo no?  
 
Los habitantes del desierto, surgieron en un momento, en el que la Iglesia se unió a lo mundano, digámoslo así. En aquel momento y con aquella situación, hubo cristianos que se retiraron de las ciudades, por no decir que huyeron, y se encaminaron a lugares solitarios. ¿Qué lugar hay más aislado, solo, deshabitado y apartado que el desierto? Así fue como se convirtieron en monjes, porque el origen de la palabra monje, no es otro, que “el que vive solo”. Como única pretensión, los monjes, querían buscar y encontrar a Dios. Nada más. ¿Poco quizás? Pero ocurrió, que primeramente, con quienes se encontraron, fue con ellos mismos. Y ese encuentro, justamente, los condujo a Dios. ¡Da eso que pensar!
 
Hay teólogos que los llaman los psicólogos de su tiempo. Y ello sin estudios la mayoría de ellos, conociendo las Escrituras de memoria… Pero, ¿qué hacían? Estar solos. Y en esa soledad, rodeados de interminables dunas de arena,  prestaban atención, observaban, analizaban. ¿Qué? Sus pensamientos, emociones, reacciones, sentimientos…  Se enfrentaban a sí mismos y así aprendían a conocerse. Los monjes aprendían a conocerse… 
 
Para los hermanos del desierto, lo realmente duro, la consecuencia, diría yo, era la lucha. Luchar contra este o aquel pensamiento. Combatir sentimientos. Observar reacciones.  Descubierto el enemigo: luchar, combatir, batallar. Pero ojo, con conciencia del peligro que entrañaba. Sabiendo que existía la posibilidad de ser engañados en las contiendas, confundirse, perderse… ¡Es tan fácil perderse, desorientarse! Como armas la oración y la Palabra de Dios. La oración, la oración del corazón. También la salmodia, ¡como no! Orar como obligación, como trabajo, como oficio… el Oficio Divino. Orar ocurra lo que ocurra, anteponiéndolo a todo. Porque acalla las pasiones, porque espanta a los demonios, porque une a Dios. Cambia el corazón y la actitud. Educa, humaniza y se entra en armonía. Es indispensable la oración, la oración del corazón.
 
El desierto… Los monjes… La vida de estos era sencilla, rezaban y trabajan, trabajan y rezaban. Nada más. De fondo, siempre, el deseo inquebrantable de buscar a Dios. ¡Cuánto llevo aprendido de ellos! Y aprendo. Y aprenderé… 

 

Si el tema te interesa, visita los siguientes enlaces:

http://www.marianistas.org/oracion/reflexion/sentencias_de_los_padres_del_desierto.pdf

http://www.esenciadelcristianismo.com/1antiguedad/padres_del_desierto.html

http://www.abandono.com/Maestros/Padres/Padres00.htm

http://www.paxtv.org/especiales/especial_07/sentencias/sentencia_01.htm